Sedella: Campeón de la I Carrera Interurbana

He llegado a la conclusión de que geográficamente hablando mi pueblo es aquel en el cual vivo y me asiento, no donde nací y me crié. Realmente en algún momento de mi madurez perdí cualquier apego geográfico, aunque eso daría para otra entrada en este blog. Lo que nunca he dejado de tener son recuerdos, recuerdos de mi pueblo, de mi infancia, de los amigos que a día de hoy, y con muchas vivencias de por medio, me siento sentimentalmente unidos a ellos, pero tristemente, no son una amistad valida en el presente. Cuando te criabas en un pueblo, los veranos eran la época del año donde más fiestas se concentraban y donde más tiempo se pasaba entre amigos. Una de esas fiestas era las feria local del pueblo y la de los cercanos, estos eventos eran sinónimo de diversión, alboroto y reunión, eran lo más. Realmente quemábamos las fiestas de los pueblos esperando el amanecer para desayunar churros en algún lugar antes de llegar a casa.
Como en todo lo que pasa en esta vida, las vivencias varían y se perciben de una u otra forma dependiendo la etapa de la vida que estemos transitando. Las ferias son un claro ejemplo de ello, recuerdo como en la niñez comprábamos almendras garrapiñadas, como si no existieran en otra época del año, íbamos a los coches de choque a pegarnos trompazos con cualquier otro chico, cuanto más fuerte mejor y más orgulloso estábamos. Luego vino la adolescencia, donde se acabaron los coches y las norias, descubrimos el alcohol, la primera vez de llegar a casa a cuatro patas, la primera cita a escondida, el primer enamorarse y las primeras calabazas, mientras, en casa, te hacían de atracción en atracción, del gusano loco a la noria y de la noria a los coches choque, que inocentes. Pero como dije más arriba, en algún momento, algo cambió, la falta de contacto con los amigos se hizo notar y las ferias dejaron de ser algo esencial en mi vida.
El primer Viernes de Agosto, un amigo me llamó por si quería acompañarlo a una carrera que se celebraba al día siguiente en el pueblo de Sedella, era su primera edición, gratuita y como promoción, había premios metálicos, 100 euros para el primero, 75 euros para el segundo y 50 euros para el tercero. No recordaba cuando fue la última vez que participé en las competiciones que celebran los pueblos en sus festejos, imagino que desde alguna de fútbol sala o de ajedrez. Me pareció una buena idea, sería divertido pasar una mañana con alguien tan competitivo como él en una carrera de pueblo. Mirando por internet, descubrí que además de una carrera, iba a venir a tocar el grupo musical Mago de Oz, grupo que llevo escuchando desde los 16 años, banda sonora de entonces, no había fin de semana que no sonora en algún altavoz de camino a algún pueblo. No me lo podía perder, por la noche estuve viendo el increíble concierto hasta altas horas de la mañana y al día siguiente volví con mi amigo David para correr la carrera. Sedella demostró que se pueden hacer bien las cosas, haciendo lo necesario por darse a conocer al resto del mundo, son consciente de que se encuentran geográficamente lejos de los grandes núcleos urbanos, así que para atraer a la gente, necesitan hacer un esfuerzo y con fiestas como las de este año, lo están consiguiendo.
Por la mañana a las 9, habría unas 30 personas para inscribirse, mucha gente de la costa, daba la sensación de que todos se conocían, pero nadie sabía de mí ni yo de ellos, nunca los vi en las montañas. Arropado y aconsejado por David, me sentí cómodo y con ganas de juerga, así que salí fuerte, a 3'23 el kilómetro, cuando miré hacia atrás me encontraba solo, pensé, voy demasiado rápido. Pasado dos kilómetros me alcanzaron, me descolgué, llegados a la subida fuerte, apreté, los volví a coger y me puse primero justo antes del avituallamiento donde no paré y en la bajada me dejé caer rápido aumentando la distancia. Una vez abajo, en el último kilómetro de llano, sabía que era suficiente los doscientos metros de diferencia, así que cómodamente mantuve la distancia con el segundo para terminar en primera posición. Muy contento con el resultado, pero me quedo con el hecho de haber compartido la experiencia con personas especiales, tanto la carrera como el concierto de la noche anterior, fue como viajar en el pasado para revivir experiencias.
Para el que no lo conozca, Sedella está situada entre las sierras de Tejeda y Almijara, a 690 metros de altitud, es un claro ejemplo de la singularidad y belleza de los pueblos de la comarca de la Axarquía. Disfruta de un entorno natural exuberante, donde los arroyos de Matanzas, Encinar y Granados proporcionan agua en abundancia dando lugar a una rica vegetación. En tan solo 33 kilómetros, que son los que separan Torre del Mar de Sedella, nos olvidamos del desarrollo turístico de la costa para adentrarnos en la naturaleza más agreste y poder contemplar con algo de suerte, especies amenazadas como el águila real o el buitre común. El trazado urbano es el típico árabe, como en toda la Axarquía y podemos visitar entre otras cosas la antigua mansión fortaleza del Señor de Sedella, conocida como la Casa Torreón, es una de las joyas arquitectónicas del pueblo. Construida en el siglo XVI en estilo mudéjar, perteneció a Diego Fernández de Córdoba, Caballero  de la Corona de Castilla. Del edificio, de titularidad privada, destaca su torreón, que mezcla el estilo renacentista con la estética morisca. De la misma época era el templo sobre el que se levantó la iglesia de San Andrés, del que se conserva la antigua torre del campanario. Su interior alberga interesantes esculturas, una custodia y objetos de culto de los siglos XVII y XVIII. A las afueras se puede ver la ermita de la Virgen de la Esperanza, del siglo XVII, este santuario, presidido por las imágenes de Nuestra Señora de la Esperanza y de San Antón, está integrado en los restos del antiguo castillo árabe de Sedella. Por la importancia que tuvo para la vida social del pueblo, merece también una visita el lavadero público, ubicado a la entrada del pueblo.
Realmente es increíble la de historias que esconden los pueblos de la Axarquía y sus montañas, desde los mozárabes hasta la guerrilla. Una de las que más me ha impactado ocurrió en Sedella, en el año 1569, donde la familia de Andrés Xorairán, un morisco nacido en esta tierra, decidió quedarse cuando los temibles ejércitos de los reyes católicos conquistaron en 1491 las últimas tierras de Al-Ándalus. No es difícil comprender la decisión, puedo imaginarme el apego a tan bella tierra, a sus huertos, a sus perfumes y sus gentes. Los reyes católicos les habían prometido respetar sus costumbres siempre y cuando fueran bautizados (por fe o por fuerza), pero la realidad fue bien distinta. En 1567 se produce la publicación de la Real Pragmática de Felipe II, auspiciada por el inquisidor Pedro de Deza, en virtud de la cual se prohibía a los moriscos llevar armas, hablar y escribir en su lengua, usar sus propios vestidos y practicar sus costumbres, obligándoseles a entregar todos sus libros. Pronto se convirtieron en ciudadanos de segunda clase, reprimidos por unos altísimos impuestos, perseguidos por algunos de sus refinamientos, defenestrados en público por una ley que no veía más allá de la cruz. Sus antepasados habían traído la agricultura, el uso racional del agua, la ciudadanía abierta, ahora eran vasallos de sus señores nobiliarios, todos ellos católicos. Eran odiados por los cristianos viejos, rechazados por la corona y detestados por la iglesia. De esta forma Andrés Xorairán veía como su familia rendía pleitesía a unos señores feroces que les castigaban con dureza y les trataban como a siervos. No le quedó mas remedio que convertirse en un monfí, alguien fuera de la ley. El 24 de abril de 1569 atacó la venta de Pedro Mellado después de que éste, cristiano, secuestrara a la mujer de uno de sus amigos. La mecha prendió con Sedella, se extendió por toda la Axarquía, continuó  por la Sierra de las Nieves y después por el Genal. La revuelta acabó con la sangre vertida en la batalla del Peñón de Frigiliana, donde 6.000 cristianos reprimieron la rebelión. Los moriscos fueron expulsados y deportados, las poblaciones abandonadas, y así, de tan trágica manera terminaron los últimos vestigios del poderoso Al-Ándalus que fue joya cristalina y terminó ensangrentada.

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