FILOSOFÍA

Viajo, con mi transporte invisible, me lleva por los caminos del mundo a conocer lejanos lugares. Desde que nací sostengo mi pensamiento libre, mi combustible es la voluntad. Ese día que vi la luz blanca en el pecho de mi madre, una maravillosa llama me señaló senderos únicos que algunos llaman destino, pero yo con mucho tino, digo soy motor de mi vida que alimento cada mañana. Sentí la filosa daga en mi existencia y mi herida no se cura aunque supe elevarme sobre el dolor y hacer de las lágrimas, perlas en mi mar de profundo amor. Y siempre en puertos lejanos desembarco cada vez con más entusiasmo soplando las velas con vigor. Tejo en un telar, blancas sedas y bordo las horas con hilos dorados. Busco alimentar la mente y llenar el alma...


Personalmente, intento que todo lo que hago, vivo y siento sea real; esto se aplica, por supuesto, a mi actividad favorita, o una de ellas, la que me ocupa este espacio, la MONTAÑA. Sentimiento, sensaciones, vivencias... nada de convencionalismos sociales, medallas en solapa o muescas en bastones o piolet. Detrás de todo lo que aquí figura y de todo lo que hago, hay, o eso pretendo, toda una filosofía de hacer las cosas; en el fondo, una filosofía de vida, supongo, no siempre de acuerdo con la uniformidad auto-impuesta, no siempre fácil de llevar a cabo.


El ser humano tiene una larga historia de depredación de su entorno. Esto es tanto una labor de grandes organizaciones como personal de cada uno. De poco sirven leyes, regulaciones o acuerdos a gran escala si no están respaldadas por el compromiso firme de cada cual de nosotros/as con ellas.
Todo esto parece tan claro e inmediato que nadie lo discutiría. Sin embargo, la realidad es muy diferente, por desgracia. Basta con salir a la naturaleza y observar para detectar incontables actitudes nocivas. Y, lo que es peor, no sólo por parte de urbanitas fuera de onda sino también por parte de la gente supuestamente amante del medio ambiente: excursionistas, montañeros, gente a la que se supone un cierto nivel de compromiso con el entorno, actúan impropiamente ensuciando, contaminando, destruyendo... sea por ignorancia, por despreocupación o porque "siempre se ha hecho así", la realidad es deprimente y descorazonadora. Sobre todo, cuando uno piensa lo fácil que es reducir nuestro impacto al mínimo. Sólo hace falta un poco de compromiso.


Los seres humanos estamos aquí para aprender y experimentar. Es mi convicción que una de las razones de nuestra existencia, si es que tiene sentido de buscar razones, o, por lo menos, una de las motivaciones que encontramos es el aprender cosas, llenar ese inmenso saco sin fondo que es nuestra cabeza, pero llenarlas de experiencias, no de televisión. El mundo urbano ofrece muchas, quizás demasiadas, a mi parecer demasiado deprisa o incluso demasiado ajenas a nuestra propia naturaleza. Hemos dado la espalda al mundo natural porque ya no nos ofrece nada nuevo, porque "ya nos lo sabemos todo" y, en ese proceso, estamos olvidando lo poco que sabíamos. Por eso, quizás, encuentro un especial placer en volver mi vista a la naturaleza y a todo lo que me ofrece, desde las más pequeñas hasta las más grandes cosas, una fuente interminable de vivencias que puedo ir digiriendo a mi ritmo y asimilando sin crearme algún trauma o cansarme de ello.


Busco dentro de mí y encuentro ahí mi motivación para acudir a la naturaleza y viajar por ella, intentar fundirme en ella. A pesar de mi herencia netamente urbana y mi desarrollo en la era de la tecnología, no puedo, a veces (muchas veces), evitar sentir el mundo moderno como algo agresivo, desagradable, feo y dañino, a pesar de que siga siendo mi casa; y la naturaleza como un lugar donde la vida sigue una lógica mucho más cercana, natural, amiga y a veces salvaje. A pesar de eso, un lugar en el que me gusta pensar como "casa", cuando sucede, el sentimiento es profundo y hermoso.


La naturaleza nos impone respeto. Particularmente, a los humanos urbanos, acostumbrados a contar con una serie de facilidades en forma, sobre todo, de ayuda especializada, casi inmediata, para cualquier problema imaginable. Cuando salimos a la naturaleza, muy especialmente si es por un período mayor que un día, somos conscientes de que sólo nosotros podremos ayudarnos y eso nos causa inquietud e incertidumbre. Una reacción común y natural es cubrirnos las espaldas a base de llevarnos todo lo imaginable (y buena parte de lo inimaginable) para así sentirnos seguros de que podremos hacer frente a lo que surja. En cierto modo, esta actitud es correcta y de sentido común. Según vayamos ganando experiencia, aprenderemos a valorar qué es realmente necesario y qué no lo es, al tiempo que, probablemente, dejaremos de ver a la naturaleza como esa bestia parda que no es. En definitiva, todos hemos empezado llevando encima más cosas de las necesarias "por si acaso", como parte de un proceso natural de aprendizaje. Poco a poco, hemos ido corrigiendo esto y hemos llegado a un punto en que consideramos que estamos cargando sólo con lo imprescindible.


Entiendo el minimalismo, en el contexto del viaje en la naturaleza, como la búsqueda de la simplicidad como medio para evitar barreras entre el mundo natural y yo. Soy consciente de que no las voy a suprimir todas, haría falta, además, una definición concisa de qué supone una barrera artificial y qué no lo es pero, como concepto, aplico el minimalismo en el sentido de llevarme conmigo sólo lo que considero imprescindible. La experiencia me dice que por mucho que aprecie algo en el mundo urbano, no lo necesito en el medio natural. La experiencia, por si sola, es suficiente (más que suficiente) para llenar mi espíritu y no necesito rellenarlo con elementos que no pertenecen ahí. Un paso más, cuando ya me he dado cuenta de eso, es que esos elementos se me tornan extraños y ahora ya, incluso, molestan. No veo sentido a su presencia ahí. Vemos el medio natural como algo agresivo de lo que nos tenemos que proteger. Es lógico, habiendo crecido entre Centros Comerciales, viendo televisión y habiendo aprendido que lo de "ahí fuera" es un mundo agresivo y duro.


Hay gente que no comparte el ser autosuficiente, que no concibe el pasar frío, hambre o cansancio por mero descubrimiento personal, para poder crecer hay que pasar por momentos duros. Normalmente viajo solo por esas indiferencias, para mí necesarias, en cualquier caso, jugaré a ser autónomo allí donde no hace falta. Qué le vamos a hacer, a mí me gusta así. Cruzaré carreteras y pueblos para volver a subir y pernoctar en las montañas. Dejaré atrás el olor a comida "de verdad" y subiré otra vez para acabar calentando un poco de agua y re-hidratar unos puñados de macarrones.


Otro factor por que me hace a viajar solo es las planificaciones de las actividades. Lo que más aprecio cuando emprendo un viaje, es otorgarme el permiso de "sorprenderme" en el camino, tomar las rutas que deseo en el momento y dejarme llevar por una cierta intuición e incertidumbre. Allí donde me dirijo, algo bueno está por suceder. Por esa razón, la plantificación detallada no es lo mío. Por desgracia, ya no quedan zonas vírgenes e inexploradas, la única forma de revivir una aventura como las que hacían antaño, es ir a un lugar o zona, sin mapas y con la información justa, así es como podemos decir en la actualidad que hemos estado en un lugar inexplorado.


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